La singularidad expresiva: un reto

La historia del deterioro de los edificios, sus modificaciones, y “reparaciones” constantes nos convocan a nuestra actual situación.

Fecha:
22 de enero de 2016

Autor:
Rubén Dávila
Resumen:
Este es el cuarto y último de una serie de artículos sobre la investigación que realiza el Grupo de Estudios Semióticos de la UPR, a partir de la cual se realizó la instalación artística Signos. Originalmente fueron publicados en Diálogo UPR.
 
Texto completo:

Al entrar en el edificio Anexo Jaime Benítez Rexach (AJBR) del Recinto de Río Piedras lo hacemos en un conjunto de prácticas que tienen un cierto nivel de coherencia con el otro edificio contiguo, el Domingo Marrero Navarro (DMN). Hay discursos inteligibles que los ligan, que les proveen de una cierta densidad espacial. Su unidad territorial se funda no sólo por su contigüidad física, sino por su proximidad simbólica. Claro, no se trata de un todo homogéneo, sino de un movimiento de complementariedades que permiten, en la reconstrucción del DMN, ver el trayecto que está recorriendo el AJBR. El DMN tiene, semióticamente hablando, forma de palimpsesto, ya que es como un manuscrito que conserva huellas de otra escritura anterior en la misma superficie, pero borrada expresamente para dar lugar a la actual. La historia de su deterioro, sus modificaciones, y “reparaciones” constantes nos convocan a nuestra actual situación. De hecho, la mitad del edificio se encuentra clausurada, inaccesible, con paneles de plywood, “temporeros” en un proyecto de restauración que se agotó antes de comenzar verdaderamente. Las señales del deterioro agotan su luminosidad dada la opacidad de nuestro mirar que se mira a sí mismo, atado en la caverna platónica de nuestro interior.

Todo signo, recordemos, es una cosa que está en lugar de otra y la representa, como lo advierten los estoicos y lo formula Charles Sanders Pierce. Ninguna de sus partes existe, propiamente hablando, de forma aislada. El significante óxido, por ejemplo, no existe, sino en función de la relación tríadica con el concepto y la conciencia interpretante. La lectura que hacemos propone una pluralidad de lecturas a las cuales nos remite este objeto-signo, de forma fluida y móvil más allá de una suerte de fin explicativo cerrado de una totalidad concluida. Entremos a considerar una parte, que como tal, contiene la totalidad completa.

Consideremos un simple pestillo que nos encontramos al entrar al baño de profesores. En la puerta de metal está instalado ese dispositivo de una barra de metal sujeta a una hoja de fondo de una puerta que al correrse se encaja en otro extremo en el marco. Su estilo es de cerrojo tipo mariposa, con acabado latonado, para esquina, deslizante, de acero ferroso de aleación de baja calidad por lo cual se corroe y se oxida fácilmente. Su forma contraviene el estilo de la puerta de metal al cual está sujeto de forma desnivelada. Está oxidado aunque se intentó, infructuosamente, borrar dicha condición mediante un pulido para encubrirlo. Como no ajusta a ese tipo de puerta se usó un pedazo de cartón para calzarlo de manera que pudiese ser utilizado.

Ahí está el pestillo. Su forma misma, en esa condición concreta de existencia, en ese “ahí”, contraviene el tipo de puerta y de construcción –en términos de estilo- pero su transgresión no lo hace incoherente a nivel simbólico. Al insertar el pestillo-objeto (demarcado) en las condiciones de su “estar” (unidad de sentido) encontramos niveles de coherencia. Veamos algunos de ellos.

Tomemos un detalle: los tornillos. Desde el punto de vista de su mortaja y tipo de cabeza, tenemos la siguiente combinación: – cilíndrico con cabeza cuadrada interna, – cabeza hexagonal con arandela, de dos fabricantes distintos, y – cilíndricos combinados tipo Philips con ranura comenzada, los dos de distinto tipo. La diversidad de sus tornillos nos remiten a un tipo de actitud del trabajo, a un desentenderse respecto a la apariencia de la pieza, a un tipo de descuido visto como puramente normal con la cual están de acuerdo tanto el instalador como el que recibe la pieza. Al ver los otros pestillos, constatamos que este aspecto se repite, es decir, se trata de una modalidad extendida, de una práctica.

Su oxidación forma parte de una constante tanto en este tipo de pieza –pestillos oxidados- como en otras como: marcos, esquineros, rejillas de las puertas, y pasamanos de los muros. De ahí resalta, por un lado, que la instalación no toma en cuenta las condiciones ambientales particulares concretas de su ubicación y, por el otro, la calidad de los bienes utilizados contrasta con la clara intención del edificio en cuanto a resistencia y durabilidad. Aquí se entrelazan dos elementos: la inadecuación original en cuanto a la construcción, y claros problemas de mantenimiento. La trayectoria del pestillo es interesante. Al poco tiempo de inaugurarse el edificio, se adviene al hecho –por la protesta de los usuarios ante la incomodidad causada- que la puerta del baño no tiene pestillo y no se puede cerrar por dentro. Tal parece que, al firmar por la entrega de esta parte de la construcción, el encargado de supervisar el proyecto no se percató de ello. Se recurre, entonces, a instalar un pestillo. Se hicieron los trámites “diligentes”: compraron el pestillo más barato y lo instalaron degradando la puerta, con una pieza que no cumple con los requisitos mínimos del ambiente –por ello su rápida oxidación- y que tiende a desvalorar las facilidades.

Volvamos al pestillo. El pedazo de cartón es interesante, pues inclusive no se intenta darle la forma del pestillo, sino que sobresale de manera “tirada”, con una dejadez impresionante. El hecho de que sea cartón, resulta sugestivo. Precisamente no se trata del material más resistente y tendería a indicar que se pone lo primero que se tiene a mano, que resulte lo más fácil. Se trata de un remedio rápido, definido en la lógica de la mediocridad como adecuado por su maleabilidad y rápida instalación. El cartón cumple una función, para algunos hasta loable e ingeniosa. Tiene una cierta armonía con el tipo de pestillo barato, pestillo cualquiera, finalmente…

El pestillo está ahí, como un adefesio más, integrado a la normalidad. Este objeto-signo, nos remite a una devaluación del trabajo como valor, a una descalificación progresiva respecto a la naturaleza artesanal de este tipo de trabajo. Esta pérdida la constatamos en diversas modalidades en todo el edificio. Así ocurrió en el DMN, como así tiende a ocurrir en el Recinto y el País. Al referirnos a la forma artesanal lo hacemos en el sentido etimológico de ars, artis (ver arte) y de manus en tanto destreza, habilidad, conocimiento. No hay un aprecio de la producción, sino la ejecución de una labor hecha “como quede”. El remiendo, el pegote, la chapucería, pasan por aceptables y un reclamo frente a esta tosquedad y daño, resulta no solamente ridículo, sino, inclusive, en algunos casos, hasta ofensivo. Si se cambia un dispensador de papel toalla, al colocar el nuevo, quedan las perforaciones de la instalación anterior y esto no es visto como un daño, un menoscabo, sino como el resultado de una acción justificada, pues: “había que cambiar el otro”. Los criterios de calidad son obliterados en beneficio de una creciente mediocridad que domina como medida.

Nos habla igualmente de la naturaleza del mantenimiento-gestión que se efectúa en nuestras edificaciones. El circuito trámite-ejecución-supervisión adolece de fallas importantes, lo que se muestra, dramáticamente, en la ausencia de protocolos de intervención. La estructura misma de poder en la gestión hace que un funcionario, que no posee la calificación en esa área de pericia y habilidad, esté tomando decisiones que rebasan su capacidad. El haber sido nombrado a un puesto académico no hace que un influjo cósmico de sabiduría impregne al funcionario y lo capacite para hablar en ex cathedra con la infalibilidad pontificia sobre estos problemas.

De igual manera existe, en este trayecto en forma de circuito, una apariencia de transparencia en criterios periciales y de calidad que, sin embargo, al examinarlos, nos damos cuenta de que son laberínticos, llenos de claros obscuros en cuanto a información, a la adecuación en los trámites, las decisiones y la supervisión. En todo esto se ejercen múltiples acciones corruptas, muchas de las cuales son en escala pequeña, cotidiana, sin que reciban la atención requerida. Esto no debe obliterar el hecho de la existencia de niveles más sofisticados y complicados de corrupción gracias al tipo de encuadre político, circulación de poderes y la supervivencia de fuerzas, de distinta naturaleza, que recurren a una colaboración por distintas vías.

La constitución de esta red de significaciones debe ser entendida dentro de las prácticas culturales, no como formas exteriores que “vemos”, sino que somos parte de ellas. El signo existe como sistema complejo, no como indicio aislado. Al estudiársele se le aísla, pero esta entidad mental, según Ferdinand de Saussure, es un proceso como indicaba Pierce. El continuum semiótico, como en parte insiste el semiólogo francés, Roland Barthes, hace del signo un tipo de “hábitat”, que existe en una red compleja de procesos de atribución de sentido. Esto no es algo que se añade a nuestra acción, sino los seres humanos tejemos redes de sentido, como decía el sociólogo alemán Max Weber. Estas tramas de significaciones, son parte de las relaciones sociales. Este aparejo trabado en forma de mallas de imágenes, a partir de la cuales, nos constituimos en el “otro”, está relacionado con las prácticas culturales.

Cobertura:
2016, Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.
 
Audiencia:
Comunidad universitaria
 
 
Colaborador:
Estudiantes del Grupo de Estudios Semióticos de la UPR-RP
 
Reseña biográfica:
Los miembros del GES que desarrollaron la investigación a la que alude este texto son, además del suscribiente, Gustavo Antonio Casalduc, Jorge Silén, Nabila Morales, Gustavo Carlos Casalduc, Néstor Lebrón, Adriana De Jesús Salamán, Omar Valentín y David Tait.
 
Editor:
Diálogo UPR

Licencia:
Creative Commons Reconocimiento-Compartir Igual 4.0 Internacional.

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